viernes, 23 de septiembre de 2011

Radares e interferencias: Palahniuk + Chías = poética snuff

Sobre la poética snuff o ¡esa no es salsa catsup!

Toda vez que la realidad ha superado la ficción, es obligatorio reflexionar sobre la pertinencia de la ficción misma o de categorías narrativas tradicionales como el realismo, para saber si estas logran enmarcar de manera artística y convincente nuestra actualidad.

Para lo mismo surgen algunas preguntas: ¿el realismo ha caducado?, ¿es imperativo ser cruentos en los métodos usados para narrar la realidad desde la ficción?, ¿habría que renovar los dispositivos de concreción imaginativa en las ficciones?, ¿tienen sentido las novelas, los relatos o el drama en un mundo en el cual impera la Imagen por sobre todas las cosas?, ¿de qué manera se puede combatir esa hegemonía de la Imagen desde el arte cuando la poética snuff ha trascendido los límites de la estética para aventurarse al contagio viral de los metaespacios de formulación realística, es decir, el del dominio de los metamedios como reflectores del mundo?

Por un lado, aquello que durante siglos fue conocido como Teatro (un espacio en el que un animador y un público concertaban un pacto ficticio a manera de entretención, juego o relación y que luego se dividió en tres unidades, y más adelante se acotó a un espacio vacío con actores y público) ha dejado de existir. Y, por otro, aquello que durante siglos ha sido entendido como novela: la sistematización de un universo que trata de poner en representación y en simbiosis plena los tipos humanos que en un contexto particular son posibles, también ha llegado a su fin.

Les pido paciencia. No seamos puristas. Cuando digo que han llegado a su fin no me refiero a que han dejado de existir (seguiremos viendo miles de obras de teatro normalitas con gente sentadita en su asiento tragando la información que emitan unos actores y también seguiremos leyendo y se venderán a montones novelas que cuenten historias lineales y que busquen manifestar un universo coherente a pesar de que se presente aparentemente como fragmentada), sino a que han dejado de ser las manifestaciones artísticamente más válidas, más comunicativas, más necesarias y más profundas de nuestra época.

Un ejemplo dramático-escénico: Ternura suite, de Edgar Chías

Lo que hoy existe es el teatro en sus múltiples formas experimentales y los relatos novelescos que potencian la exploración cuántica extrema de las posibilidades de la existencia (ya no solo humana, pues el problema humano es un problema fracasado: no tiene remedio). Algunas de las vetas en las cuales esas nuevas formaciones de narrativas, deteniéndonos en el caso del teatro y la literatura, se formulan con mayor vigor son aquellas que podríamos integrar dentro de la poética snuff, una poética que busca lacerar al destinantario desde un recurso hipnótico psíquico : buscar el rechazo al dolor como dispositivo que abra justamente una órbita aurica parecida a un entre estado mental que se aproxime a la clarividencia y que se expresa en una agitación del cuerpo: eso es una interferencia.
Ternura Suite es la más reciente obra de uno de los dramaturgos mexicanos más importantes de la última década, Edgar Chías, es, sin duda, un texto dramático, escrito para ser representado. Pero en las manos del también dramaturgo, director y actor, Richard Viqueira, quien dirigió este montaje, es también un hecho escénico que sin la escena perdería la mayor parte de su fuerza . la versión de Viqueira es también una provocación que roza los límites de lo espectacular, un acto que sin la influencia de los medios de comunicación masiva (incluidos el cine y la televisión), sin el impacto de la aceleración de la vida (síntoma de nuestro tiempo trans-histórico) y sin la estética más abyecta jamás imaginada (la verdad contada desde su lado más cruento, aquel que es imposible maquillar), no podría valorarse, ponerse en su justa dimensión.

Hace unas semanas, quizá meses, platicando con el autor de Ternura suite, el me comentaba que se trataba (yo no la habá visto) de una obra que hay que ver como se mira Anticristo, de Lars von Trier, el filme por el cual el realizador europeo se autoalabó como una especie de casi dios. Y cuando finalmente la pude ver, con las magníficas y valientes actuaciones de Beatriz Luna y Emmanuel Morales, en el sótano del Teatro Benito Juárez (donde se estrenó), pude comprobar que era cierto, porque la obra maestra del cineasta danés solo puede ser entendida si somos capaces de salirnos de nuestros moldes, incluso de nuestra propia corporeidad, o bueno para bajarle un poquito: si intentamos hacerlo o si imaginamos que podríamos hacerlo, que podríamos ser sentir de formas distintas.

Asuimismo, la obra de Chías solo puede ser vista si somos capaces de salirnos de nosotros mismos para meternos (o si rozamos, en la imaginación, la posibilidad de un sabotaje transidentitario) dentro de los cuerpos de la Anfitriona (Beatriz Luna) y el Visitante (Emmanuel Morales). La provocación de Chías desde el principio es redonda y cruel. Ternura suite no tiene nade de ternura. Es una obra no apta para cardiacos ni para estilistas (como modistas de estética para señoras gordas) del arte. No es apta tampoco para defensores de las buenas conciencias. Tampoco es apta para alguna liga protectora de animales. Y lo es mucho menos para cualquier mente infestada de fervor religioso, ideológico o feminoide (que no feminista o transfeminista).

Ternura suite es sarna, escoria, odio, barbarie, infamia, agriedad.

La anécdota es lo de menos (una mujer es asaltada y violada en su propio departamento y, por azares del destino, tiene la oportunidad de vengarse y aprovecha la ocasión para hacerlo), lo que importa es la sensación de extrañamiento y hostigamiento con la cual el espectador forzosamente saldrá al termino de la función. Cómo lograr esta sensación, era un reto mayor que se impuso el dramaturgo. Y para lograrla no solo el texto fue importante, sino sobre todo la participación del director y el papel y compromiso de los actores.

Ahora bien, Ternura suite no es Anticristo. Como una diferencia muy inmediata odemos decir que la película se detiene en la belleza de lo horrorífico humano. Y la obra de teatro se detiene en lo horroroso de la pretendidamente pura naturaleza humana. Basten como ejemplo dos imágenes sumamente gráficas: el rabo de una rata viva la cual se agita en la garganta de uno de los actores; un recto humano perforado por un taladro encendido; un foco que es intrioucido por la vulva de la actriz.

Con simulacro incluido (en el sentido literal y en el teórico), la pieza propone un paso más cercano al gore (videos de hiper violencia real) pero sobre todo al snuff (asesinatos filmados) que no tanto a la pornografía (aunque hay desnudos, en esta pieza vemos con nítidez las partes del cuerpo que siempre se evaden -el ano, el clítoris- y no vemos aquellas que resultan más eróticas -los senos, el pene), justo en un momento en que la realidad es imposible atraparla en una secuencia de ficción. Volvemos al principio: Ninguna secuencia de cine de horror es más aterradora que un video colgado en Youtube o en alguna de las varias páginas de narcos colgadas en Internet, en el que un grupo de hombres le cortan la cabeza a otro individuo con un cuchillo de cocina: el cuerpo languidece y pasa del temor al pánico en un suspiro, el último, luego un hombre le perfora al interrogado un pulmón mientras otros dos lo sujetan por la espalda, aquel que tiene el artefacto filoso lo toma de la cabeza y pasa una y otra vez el cuchillo sobre las ensangrentadas cuerdas vocales de la víctima como si fuera el asesino un esteta del violín que raspa su arco sobre las cuerdas del instrumento de madera.

¿Cómo ganarle a eso? Tal vez con no negarlo y con prorducir desde el arte sensaciones de reacción parecidas a las que nos ofrecen las tecnologías. Y, bueno, aquí se abre otro problema: si las tecnologías introducen una distancia con ilusión de cercanía ¿cómo superar el simulacro? El dilema ético de nuestra época es: morar en la simulación o preferir las tripas en su rojiza nitidez. Es por eso que la estética nunca ha estado más ligada con la ética que en la actualidad (a pesar de la amoralidad de nuestros días y de las quejas recurrentes que los viejos hacen sobre la pérdida de pensamiento y de valores en nuestra rebasada y líquida posmodernidad). Por esta redimesión de la ética en la esfera de la estética es que se puede hablar de una poética snuff de signo positivo y necesario. Una poética perteneciente a la estética de la interferencia, de signo radicalmente poiético.

No es por otra cosa que hay que ir a ver esa obra de teatro, una pieza con la que Edgar Chías confirma que es uno de los dramaturgos más importantes y arriesgados de la actualidad. Lo mismo que el director de esta obra, Richard Viqueira. La obra es para 20 personas, de esta manera nadie puede sentirse alejado ni ajeno. El teatro traza un puente momentáneo que perfila también una nueva praxis ligada a la desenajenación efímera (eso sí) del individuo.

Y por otro lado, Ternura suite se asienta en el lado light de nuestra relación con la realidad: el video y toma de él aquello que es propulsor sensitivo para sacudirnos las tripas, para invadirnos y para violarnos con la palabra y la imagen. No es teatro de formación ni tampoco es teatro ideológico aunque a lo mejor sí, político, justamente en su sentido ético. Ternura suite nos toca desde la interferencia, desde la incomodidad, y nos concierne porque es sucia y cruel, como nosotros mismos.

Un ejemplo literario: Snuff, el más reciente golpe de Chuck Palahniuk

Si no es suficiente para llamar la atención la premisa de esta obra literaria: una actriz porno quiera establecer un récord teniendo sexo con 600 hombres en una sola corrida; el escritor estadounidense Chuck Palahniuk (autor de una de las grandes novelas de la generación X: El Club de la Pelea) se ha encargado de convertir esa premisa estridente, ruidosa y vil en una novela que se inscribe en la poética snuff, en un sentido más clásico que la obra de Chías.

Snuff se aproxima de una manera radicalmente viva a la más grande y más democrática industria del mundo: el porno (no nos hagamos tarados: ¿cuántos de nosotros no le entramos de vez en cuando a ese fascinante e incalculable mundo del porno que circula en Internet?), y también se aproxima con filo y precisión a los fundamentos roídos de la cultura gringa, (que es también la cultura de la que abrevan la mayoría de nuestras aspiraciones) infestada de fármacos, comida chatarra, velocidad, sexo.
Casie Wright es la anfitriona de esta entretenida narración oblicua que se interfiere por una dialógica problemática que aparece sin orden en los diferentes personajes que son los narradores de la obra. Ella, la gran pornstar, espera la agitación gelatinosa de las panzas que le rebotan sobre el venus y el semen diferenciado de 600 hombres que en esta novela son simplemente números. pero hoy ya nadie se siente ofendido de ser un número. Sheila, su joven asistente, con cronómetro en mano y una papeleta con los nombres de los participantes hace pasar uno por uno a los señores 72, 137 y 600, quienes mientras esperan comen montones de grasosos nachos y con otra mano se masturban para estar listos cuando les toque derramar su chorro. En la sala, una infinidad de televisores que transmiten múltiples imágenes de Casie cuando era más joven, y más frondosa y realmente era un afiche que cargar para cuando la urgencia apremia.

Lo importante de esta novela no estriba en el detalle lúdico de la acrobacia sexual ni en la escenificación espectacular de los fluidos corporales. Lo potente de este estruendo palahniuiesco es que se trata de una brillante y abierta construcción literaria cargada de mucha testosterona, mucho viagra y mucho enredo, mucha ironía, perversión, nostalgia y miedo: mucha muerte. La interferencia per se: ese es el dominio.com de esta estética: su aproximación vital a la muerte, la única materia realmente importante y verdaderamente poética (¡ojo de nuevo!: hablo de materia, no de tema. La materia siempre es la muerte aunque en la obra no se muera nadie ni se aluda a ella).

Palahniuk ya es un escritor maduro, y en esta novela es fiel a su estilo, él habla a su lector preferido: ese lector crudo que o bien es un masoquista o bien es un cínico, ese lector a quien le encanta encontrar en un libro la revelación o el síntoma de que su vida misma y la vida humana en su totalidad es una buena mierda signada por la contemplación de lo abyecto; esos lectores jodidos como el mundo y a quienes la vida los ha formado en el sendero del sufrimiento; esos lectores que son generosos con el regalo más grande que da la literatura (como lo es la retrocognición budista): mostrarte el tipo de calaña que eres e interferirte: la literatura así entendida es como el limoncito en los churrumais o regado sobre las lombrices. Así entendida la literatura es arte y es un regalo que ningún dios puede ofrecerte.

La poética snuff a la Palahniuk es de corte distinto. Es una elaboración que genera metastasis: el foco viral cambia de un personaje a otro y pasa del escritor al lector. Todos somos drogadictos (ya lo dijo hace medio siglo William Burroughs) pero las sociedades más avanzadas en lo económico han generado un capitalismo que genera una industria del fármaco especializada ligada a la industria del sexo, el capitalismo farmacopornográfico del que habla Beatriz Preciado, porque el sexo y las drogas mueven al mundo. Los efectos de una tacha o de la cocaína o el uso del viagra o la inyección de testosterona o nandrolona en el cuerpo incrementan el rendimiento sexual de una manera insospechada. El porno nos vende los modelos. Y cuando eres capaz de parecerte a ese güey que en tu pantallita virtual lleva a la chica hasta el cansancio extremo y no se corre, se convierte en un modelo, una aspiración y de esa frustración el capitalismo de este corte sin duda se ve enormente beneficiado.

En el fondo, Palahniuk también nos devela un mundo sin ser tan directo. Y ese sería su grado poi-ético de intervención creativa: derrumbar nuestro cinismo para aceptar que queremos coger como dioses y que nos encanta estar despiertos y acelerados y rejuvenecer con la activación de una pastillita azul que nos reincorpora a la matrix del deseo. ¿A poco no?

Santiago Valencia
@freilax

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