Una década ha pasado desde aquella mañana trágica del 11 de septiembre del 2001 en la que, a juicio de varios pensadores, no solo se vinieron abajo dos de las torres más grandes del mundo construidas por el hombre enguyendo en sus escombros a 3,000 personas, sino que se vino abajo una manera de ser en el mundo; no una manera de organizarse, sino una manera de vivir.
Más allá de que 12 años atrás de aquella fecha el mundo se hubiera convertido en una única unidad operativa con la caída del Muro de Berlín, y la incertidumbre inherente a la ideología del libre mercado se hubiera instaurado en nuestros hogares, esa sí paradójicamente como una certeza, a partir de aquella mañana nos revelaría la real fragilidad de nuestras vidas, la inexistencia de una potencia dominadora con los hilos de la historia en la mano, y un símbolo: el atentado contra el mundo supremo, ese que es ordenado desde la bolsa y las finanzas, ruleta rusa en la que a unos cuantos se les permite jugar y enriquecerse o al menos tener alternativas a costa de una infinidad de despojados de quienes, sin embargo, se sustentan para la obtención de riqueza.
Se puede ser más agudo en el análisis de época pero queremos que esto nos sirva de base para plantear algo que nos parece un poco más cercano: el miedo, esa manera de vivir, el miedo recrudecido y remezclado, ese miedo que está más allá de la amenaza nuclear y que es un miedo más cercano a la perfecta incertidumbre de saber si estamos vivos o más bien ya estamos muertos, ese miedo que es el lado b de una nueva barbarie en la que el enemigo simple y llanamente es cualquier otro, ese miedo que nos hace reaccionar como entes sin conciencia, como lobos enjaulados, como seres violentos.
Una vez que el mundo ha llegado a un grado extremo de exposición frenética casi ritual al imperio de la Imagen y la Violencia, bastó una secuencia visual (ni siquiera imaginable para los estudios hollywoodenses) para cambiar nuestra percepción del peligro y de los límites de la realidad (la ficción a partir de ese momento quedaría rebasada por la realidad, lo mismo ocurre con las ficciones en torno de los narcos y los videos snuff grabados por los sicarios).
Una imagen capturada por un bombero en la que se ve el momento exacto en el que un imponente boeing hace un ligero quiebre para insertarse de manera justa y perfecta en uno de los flancos de la Torre norte del Worl Trade Center, complejo mejor conocido como "Torres gemelas". Una imagen que nos acompaña desde aquel momento y hasta nuestros días, de la misma manera que aquella de un individuo anónimo que perdiendo toda esperanza decidió lanzarse al vacío, imagen tomado por el fotógrafo Richard Drew de la agencia AP, y que logra más peso relacionada con una escena del documental 9/11 de los hermanos Jules y Gedeon Naudet, en la cual un grupo de bomberos al llegar al lobby de la torre norte escuchan una serie de golpes en el techo y deducen que se trata de las más de 200 personas que prefirieron lanzarse a la muerte antes de caer junto con los demás. El imperio de la Imagen secuestró desde aquel momento nuestra sensibilidad y anuló nuestra inocencia.
En la reflexión sobre el 9/11 no puede dejarse de lado el recrudicimiento de la violencia que azola a nuestro país ni la exposición sistemática a la que nos someten los actuales medios digitales porque van de la mano. Y en ello nos va una pregunta: ¿qué niveles de violencia estamos dispuestos a seguir aceptando? La pregunta va desde lo más cercano, el desdén violento que nosotros mismos aplicamos hacia los demás, hasta la crítica a las decisiones gubernamentales.
Damos por sentado que la violencia es una parte sustancial de la vida y de lo humano pero no lo es en los límites actuales en que la padecemos. Vivimos en una sociedad violenta, eso es un hecho, expuestos de manera física y virtual a modos inauditos. Pero, en la generalidad, como estudiantes de Letras solemos tomar una cómoda distancia que va de la crítica rabiosa, la ignorancia supina y la indiferencia rampante.
Uróboros es un grupo de crítica y reflexión en torno del arte contemporáneo que forma parte del Proyecto Telecápita. En este primer número hemos desarrollado algunos textos sobre el tema de la violencia con los cuales no nos interesa ofrecer verdades sino invitar a la Comunidad de la Facultad de Filosofía y Letras a sostener una reflexión continua con el fin de quitarle la máscara a la violencia que padecemos, máscara con la cual los medios oficiales la maquillan y la ponen en el set de televisión, lo hacemos para poder conocerla, para poder acercarnos a ella y después, quizá, atacarla. Cumpliendo una consigna de Telecápita: ¡Asaltar la fábrica de la realidad!
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