Uno de los grandes problemas a los que hubo que enfrentarse al terminar la Segunda Guerra Mundial fue el de re-educar a las juventudes fascistas. Si bien el aleccionamiento político y social fue más intenso y sistemático en Alemania que en los otros países del eje, había que considerar a toda una generación que creció al margen de la desintegración familiar, el sacrificio nacional y los estragos de la guerra. Explicar a los niños lo que significó el conflicto y su tortuoso término fue un proceso arduo pues ni siquiera los adultos podían asimilar fácilmente el final de los regímenes, así como la culpa, la frustración y la pérdida.
Seis años duró la guerra y millones de niños vivieron una etapa crítica durante ese periodo (aquella etapa que los sicólogos llaman “de latencia” que va de los seis a los doce años y en la que el niño desarrolla y asimila por primera vez su relación con la sociedad). ¿Cómo explicarles a los jóvenes que aquel sistema de valores y prácticas en el que crecieron y a través de los cuales se explicaban al mundo ya no era válido?
Es cierto que establecer un paralelismo entre los fascismos europeos y el sistema político de nuestro país sería enormemente equivocado en muchos niveles, sin embargo, no se puede negar que esta "guerra contra el narco" ha provocado también pérdidas irreparables, muertes injustificables y la destrucción del entramado social y moral del país.
Si corremos con suerte y, al terminar el sexenio de Calderón, nos olvidamos de su "estrategia de defensa" y se acaba también este círculo vicioso de violencia rampante (situación a todas luces improbable), tendríamos que enfrentarnos a otro serio problema: qué pasa con los jóvenes que vivieron su etapa de latencia durante esta administración.
"Estos niños son cada vez más modernos" dice mi abuela (no sé si asustada u orgullosa) cuando ve a sus nietos conectados a cualquier gadget. Debemos admitir que los niños están expuestos a una enorme cantidad de información, que nunca el acceso a las plataformas informáticas había sido tan fácil y necesario para ellos. Cuando las imágenes de la muerte se han vuelto tan comunes y la "cultura del narco" se ha afianzado tan fuertemente en la sociedad, la sensibilidad de los niños y su relación con su entorno se modifica necesariamente. No trato aquí de hacer un análisis de cómo la enorme cantidad de violencia afecta a los niños, pero no se puede negar que, si es difícil para nosotros entender las complicaciones éticas y sociales de nuestra situación actual, será todavía más complicado para los niños.
¿Y si esta guerra se acaba mañana? Si pecamos de optimistas y creemos que todo cambiará, cómo sacamos a los jóvenes este sistema de muerte que se agazapa en nuestro país. Ellos tendrían que reformular su concepción completa de sociedad, de seguridad; incluso la forma en que comprenden la vida y la muerte ya no es la misma que la generación inmediatamente anterior a ellos. ¿Cómo re-educar a los niños que ven la muerte, la persecución y la carencia como algo cotidiano?
Una cosa es cierta, incluso cuando trato de imaginar los mejores escenarios para el futuro del país, cuando sucumbo al optimismo, saltan a la vista las terribles secuelas que dejará esta lucha que ya ni se sabe contra qué es.
Así que, la próxima vez que vean a un niño, sonrían, qué nos queda.
Luis Miguel Albarrán
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