viernes, 16 de septiembre de 2011

Escaleras en el abismo: Gritos a la orden del día

¿Cuál sería el primer ideal a abrazar?

“[…]¡Qué de horrores, Creciendo siempre en crímenes mayores,
El primero a tu vista han aumentado!

La astucia seductora

En auxilio han unido a su violencia:

Moral corrompedora

Predican con su bárbara insolencia […]”

Andrés Quintana Roo, Dieciséis de septiembre.

Imagino a los reporteros, más deformes de lo normal por culpa de la configuración de la pantalla. La tele se encarga de distorsionar su imagen y ellos la realidad ¿o será al revés? Pienso en la cobertura del evento: luces, fuegos artificiales, la alegría desbordante. En mi mente voy hilando con poco a detalle lo que pudo haber sido una crónica muy personal del festejo…

Ayer, quince de septiembre, ineluctablemente, muchos mexicanos, si no es que la gran mayoría, se disponían a dar el grito. Ya desde antes oia a algunos desde la ventana de mi cuarto. Es un grito seco, lacerante, uno que desgarra la piel.

El balcón principal del Palacio Nacional, desde donde el Presidente da el "Grito".

En la Plaza de la Constitución, el Ejecutivo asoma ligeramente su presencia en el balcón de Palacio Nacional, está concentrado en reunir la suficiente fuerza en su estrecho tórax para recordar el llamado de aquellos héroes nacionales. Mientras, en alguna calle del Estado de México, una joven se le adelanta; también tres muchachos más en un oscuro pasaje de la ciudad, de cualquier ciudad, de cualquier pueblo, de cualquier lugar, se anticipan con un clamor que es sofocado por la oscuridad.

Parece que Felipe Calderón no está completamente arriba del estrado puesto en el edificio, quizá no se decide a subir del todo. Sin embargo, mira hacia abajo y siente una efímera felicidad de magnificencia que le otorga la alta construcción. ¿Complejo de grandeza? Yo no sé, pero aún es quince y la fiebre septembrina parece bullir en todos los rincones.

Todos los pequeños montículos del Zócalo permanecen embebidos y el otro ínfimo montículo del balcón hace sonar la campana. Entonces grita, la multitud grita, la tierra grita, las víctimas gritan, los descabezados y los amordazados, las mujeres ultrajadas, los hombres apuñalados, las madres sin hijos, los esposos sin compañera, los niños sin infancia, el asesino sin futuro.

Versión paródica del famoso cuadro El grito, de Edvard Munchen.

Quince de septiembre y todo México alza su voz para emitir un estertor que es ahogado en cohetes, en un hipócrita ¡Viva México!, cuando en realidad pareciera que muere, en aplausos que no saben qué celebran, en ovaciones que se pierden en el aire para recibir la madrugada del dieciséis.

Se entona el Himno Nacional, el grito de guerra, uno que está a la deriva desde hace muchos años. La multitud se disuelve, ¡otro festejo inolvidable de una fecha que ya no tiene el mismo valor significativo! Ahora sólo es un comercial más de alguna mala serie televisiva.

Un año después del Bicentenario

Hace un año, entre incertidumbre y una extraña melancolía, se festejó el bicentenario de la Independencia. Una de las fechas más importantes, según los medios, para México. Con estas líneas no lo reniego, tan sólo enfatizo la importancia que representa para nosotros. Pienso en la década del naciente siglo XIX: un hervidero de ideas, inquietudes, desajustes sociales, reflexiones, etc., que ocasionaron en parte de la sociedad criolla un deseo de repensarse. El movimiento, no solamente armado, sino mental y reflexivo primordialmente, amplió las expectativas de esa parte letrada de la sociedad. Primero, los criollos se atrincheraron en la disidencia, aquella barrera donde sus quejas, diferencias e inconformidades hacia el gobierno, la desigualdad y la injusticia racial se asomaban temerosamente tras el resguardo de cierto anonimato. No faltó mucho para la toma de armas, aquella donde se camina con la voz en alto al lado de la muerte. Sí, fue importante el deslinde de España, pero que no se tenga en un pulcro pedestal. Como todo, también tuvo sus desventajas. ¿Hace falta recordar todo un siglo para acentuarlas?

Ahora, ¿por qué traigo esto a colación? Lo hago porque creo que nuestra actualidad, así como hace dos siglos, necesita repensarse. Esta noche todos los medios nos hablan de lo formidable que estuvo el ambiente capitalino. Ni se diga lo ensalzado que estuvo hace un año. El discurso empleado por el gobierno era simplemente incongruente con los hechos. El horror, los crímenes y la violencia parecían haber mermado, casi desaparecido; pero lo único que se hizo fue vestirlas con trajes patriotas y relegarlas con un sombrero charro, a pesar de saber que han acompañado al hombre desde que es hombre y siempre permanecerán entre nosotros.

Así, nuestro querido Quintana Roo nos lo canta en su poema que me sirve de epígrafe para esta breve nota. Si comparamos las situaciones –las de él y las nuestras– veremos que son distintas, pero que comparten muchas cosas en común. Ambas fechas, aunque distanciadas por doscientos años, sufren los desperfectos del ser humano, de su ambición, de su indomable racionalización y pareciera que no dejan espacio para el sueño. Sin embargo, considero que haber comenzado con la insurgencia en el remoto 1810 fue uno de los enormes pasos que dieron los grandes soñadores de la época. Fueron los que estaban seguros que un futuro –nuestro presente– iba a ser mejor.

Ahora nos percatamos que los hemos defraudado. Por eso pienso en la innumerable decapitación de sueños y pregunto a todos aquellos a quienes nos gusta imaginar: ¿cómo debería ser el primer grito a recobrar, el primer ideal a abrazar en nuestro turbulento siglo XXI?

Rolando R. Vázquez M.

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