domingo, 28 de agosto de 2011

Haz patria, mata un árbol



Insertos en el ciclo social y cultural de la venta, el consumo y la comodidad nos hemos olvidado de aquellos ciclos que no responden a los deseos individuales o sociales del ser humano y que sobrepasan por mucho el tiempo que hemos durado y la turbulencia que hemos generado. La construcción de un ambiente, sobre todo en el caso de las ciudades, se ha convertido de manera progresiva en la aniquilación de ecosistemas cuyo equilibrio, hasta nuestra llegada, parecía inquebrantable. Nos comportamos de manera similar a una enfermedad que corrompe y degrada todo lo que encuentra a su paso. ¿Quién no recuerda aquella revelación que el agente Smith comparte con Morpheus en la película The Matrix (1999), sobre la que es para él la verdadera clasificación de la especie humana?
La desigualdad social conserva la misma proporción. Mientras que para algunos y en algunos lugares ha sido necesario replantear las relaciones del hombre y los demás seres vivos y no vivos, para otros, podría decirse que para la mayoría, dichas relaciones deben responder a la misma regla que rige la convivencia dominante: la ley de la oferta y la demanda. A partir de esta ley, el esfuerzo de aquella aniquilación de nuestro entorno se resume en la satisfacción del capricho.
El capricho es el orden del nuevo mundo: ordena el espacio, nuestro cuerpo y nuestras mentes. Y todos los medios y recursos que sean necesarios para minimizar la ansiedad y el tedio que produce el no cumplimiento de lo que se demanda a través del capricho, deben ser extraídos, transformados, producidos, transportados, vendidos, comprados, utilizados y desechados, pues el desecho forma también parte del sentimiento de paz que genera la satisfacción del capricho. Si no, ¿cómo explicarse la paradoja que implica que los productos que fomentan la asepsia y la higiene, contaminen después de usados aquello que prometen limpiar? El capricho resuelve toda contradicción, la simplifica y la revela en la voracidad de quienes producen, pero también de quienes venden y compran: la santísisma trinidad del capricho…
Sin embargo, en el mundo no solo habitan bebés llorones, que piden a gritos su mamila para luego aventarla. Coexisten conciencias y movimientos que, por más pequeños e irrelevantes, apuntalan el inicio de lo que podría ser una parada del tren, la disminución de la explotación sobre los recursos naturales, la capacidad para decidir cuáles necesidades son verdaderas y cuáles han sido inventadas por uno mismo o por los demás y la renovación de las fuentes de energía utilizada para solventar dichas necesidades, además de la reflexión sobre los espacios que ocupan nuestros desechos. Esta columna será usada para mentar madres, pero también para examinar propuestas. Al final quedará elegir si haremos algo o seguiremos diciendo: ¡Haz patria, mata un árbol!

Erizipela Rotondo

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