miércoles, 31 de agosto de 2011

Vomitando todos somos iguales y el poder de “tu tubo” sobre mis sesos


Ya quisiera Azcárraga beibi llegar, como antes lo hacía, a cada rincón de nuestra bendita república con la heroica misión de inmolar nuestras neuronas en pro de una sociedad acrítica que atestiguara felizmente la acumulación desmedida de los 1.7 billones de dólares que su emporio le ha permitido embolsarse. Nuestra generación se ha arrancado el control remoto del cerebro ¡viva! estamos ante la presencia de la dignidad humana… ja-ja… era broma, en realidad sustituimos la sed televisiva por otro remedio: hemos optado por el módem intravenoso. Las necesidades que ahora pensamos básicas (y que a la mera hora nos damos cuenta de que no son tanto) siguen siendo las mismas: encontrar un espacio para dejar de pensar. Sí, porque olvidarnos un poquito de la carga que implica vivir en un mundo inhabitable nos permite seguir “estando”.

Que conste que no estoy satanizando el uso del Internet (San Google ora pro nobis); sin ningún afán de adentrarme en la enredada discusión sobre las ventajas y desventajas, bondades y tragedias, fobias y fetiches del uso de la tecnología, haré hincapié en la enorme posibilidad de difusión de la que gozan sitios como You tube (“tu tubo” para las hordas de nacionalistas que leen esto…ja-ja); y es que una y otra vez nos hemos visto vomitando en un mismo excusado dispuesto por la sociedad virtual you-tubera de nuestra ilustrísima nación “¡Y a ti que te importa!” podrían reclamarme cimentados en la libertad de expresión (R.I.P.) Honestamente, yo pienso que no es lo que vemos/consumimos es lo que hacemos con ello.

Dicho esto paso a probar mi punto: que arroje la primera piedra aquél que no recuerda a cierto niño regordete regiomontano diciendo “ya wey, pinche pendejo, wey, pinche vato…”. Con alrededor de 2 millones de vistas en tu tubo, Edgar y su caída se hicieron famosos por saber humillarse a nivel nacional. Así, un comercial de galletas Emperador después, ya nadie se acuerda de él. Y qué decir de un hombre que en Ciudad Juárez le repitió una y otra vez a las cámaras de un noticiero “tengo miedo”. Con 14, sí, 14 millones de vistas el famoso axioma del miedo se incorporó al léxico básico de los jóvenes mexicanos. Me estoy viendo muy old fashion, ¿no? mejor me apuro; esa adolescente ebria que juraba “no choqué, me chocaron”, el mísmiso “hijo del papá” y representante de la Canaca gozó (sí, su muerte fue noticia importante con López Doriga) de más de 16 millones de vistas, parodias echas en su honor, entrevistas, musicalizaciones techo/reaggeton/rap/cumbia y hartos espacios en los medios de comunicación masiva, la génesis del “juay?” de López Dóriga (sí, otra vez) mostrando sus problemas con la adquisición de una segunda lengua. Y la coronación absoluta de esta costumbre you tube maniáca en dos partes. Capítulo I: hace unos meses hizo aparición en nuestras vidas la materialización léxica de lo inexpresable, ¿no se acuerdan? el estadio azteca entero se encargó de enaltecerla cada vez que despejaba el portero del equipo mexicano en la final del mundial sub-17...“¡FUA!” y con eso lo hemos dicho todo. Difusión televisiva: es tu fin. Todo el azteca (un aproximado de un chingo de gente) gritando “FUA” al unísono, todos vomitando la misma mierda. Y Televisa lo sabe, está tan al tanto del cambio de domicilio de nuestros cerebros que brinda espacio en sus noticieros a estos temas, los periódicos hacen lo propio y el radio no se queda atrás. Por eso, banda you tubera, es que hoy en las noticias y la semana pasada en El universal, leí sobre el temible capítulo II: las ladies de Polanco. Me doy asco por comentarlo, porque pienso que ya tuvieron mucha más publicidad de la que merecen, pero 10 millones de visitas en 10 días nos dicen hacia dónde están yendo nuestros intereses, y también nos dicen que dos mujeres sin educación alguna (porque aunque no soy fan de las autoridades no es justificable atropellar la dignidad de otro individuo) tienen un enorme poder de convocatoria. Nuestra justificación para ver dichos videos: “es que son cagados”. La cosa, creo, es que no lo dejamos en unas cuantas risas. Lo hacemos moda, lo incorporamos a nuestro léxico, lo posteamos en el Facebook y lo retwitteamos hasta hartarnos, todo el tiempo que le dedicamos a este tipo de entretenimiento y el cómo nos enteramos de que existe están perfectamente controlados por los mismos titiriteros de siempre. No estoy diciendo que no los veamos, estoy proponiendo que la siguiente vez que nos topemos con algo de eso nos preguntemos ¿qué hace un hombre de aparente clase media en medio de la calle totalmente alcoholizado? ¿por qué en vez de ayudarlo lo entrevistan? ¿por qué se les permitió reaccionar violentamente a dos féminas? ¿por qué quien graba el miedo de un hombre, cómo cae un niño o cómo insultan a un policía, sigue grabando y no hace nada? ¿por qué da risa la descomposición social que experimentamos? Tal vez sea tiempo de pensar que la red no es un lugar tan libre como creíamos pero que todos tenemos la opción de vomitar aquello que está podrido.

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