miércoles, 24 de agosto de 2011

Smile or die


Muchas cosas me han salido mal. Siempre hubo alguien que me dijera que los problemas tienen un lado positivo, que la sed se mitiga más con un vaso medio lleno. Si al principio la actitud optimista se me presentaba a través de los consejos como una solución a mis problemas, se convirtió después, a través de regaños, en una carga que me “afectaba” por su ausencia. “Necesitas una mejor actitud” decían, y cuando no resultó, mis conocidos llegaron a la conclusión de que mis problemas eran propiciados por mi mala actitud. Así que no hay posición neutral (dejemos a un lado el ser negativo), el simple hecho de no ser optimista ya es una condena asegurada.

Mucho poder se le ha atribuido a la filosofía de lo optimista: sonreírle al infortunio, no sólo garantiza una vida más satisfactoria si no que es capaz incluso de curar enfermedades, de cambiar al mundo. A pesar de todo, existe un gran problema: a los optimistas no les va mejor a que a mí; los discursos del poder no logran cobijarnos con sus risueñas posiciones; y (no tengo ningún argumento para esto) siempre me han parecido sospechosas las personas que ríen demasiado.

Lo que sí levantó mi ánimo, fue encontrarme con las teorías de Barbara Ehrenreich y Slavoj Zizek. Ambos, a su manera, describieron lo que podemos llamar el lado siniestro de la sonrisa. Parece que la filosofía del optimismo se ha vuelto cada vez más virulenta al equiparar lo positivo (una actitud, una forma de ver la vida) con lo bueno.

Si queremos recordar alguno de los estragos del optimismo podemos hablar del favorito de los autores nombrados: en los círculos que tejen la economía mundial, el pensamiento que no es asertivo se ve como una amenaza: las inversiones requieren de promesas, de esperanzas, no de garantizar que todo saldrá bien si no de interpretar las estadísticas de tal forma que un ambiente de confianza se genere. Todo aquél que intentó advertir de los peligros de creer que todo saldría bien era expulsado pues el escepticismo es una enfermedad para las finanzas. Las burbujas reventaron (la burbuja dotcom, las hipotecas subprime) y sus consecuencias se sienten crecer, la pregunta “¿quién robó mi queso?” nunca fue tan molesta.

Si hemos de ser honestos, las grandes ideas, aquellas que propiciaron algún cambio (sea cual sea su desenlace) no nacieron de una actitud optimista ante la realidad, si no de la sospecha de que el mundo no era tan bueno como los felices proclamaban, y que, desde luego, no hay actitud que sea imán de la buenaventura cuando tus ideas (por mas bienintencionadas que sean) vulneran los planes de algunos.

Si la cultura la hacen los hombres, sus productos entonces tienen intenciones; esta columna busca analizar esos propósitos a través de sus aplicaciones y puntos de enunciación, terminar con el imperio del optimismo sin tendencias políticas y reconocer en la visión de la sospecha el valor de la crítica. No habrá aquí un manifiesto del pesimismo si no un diálogo con las otras visiones, con la fructífera desconfianza, aplicada a la esfera pública, al discurso político, a los productos artísticos y a las mercancías cibernéticas. Que quede entonces la amenaza en el aire: Smile or die.


Luis Miguel Albarrán

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