sábado, 25 de febrero de 2012

Ponencia de Patricia Romero en Telecápita 2011



La (im)posibilidad de la escritura en La jornada de la mona y el paciente de Mario Bellatin
 Patricia Romero
Telecápita 2011 

Disimular es fingir no tener lo que se tiene.
Simular es fingir tener lo que no se tiene.
Jean Baudrillard

I. Introducción
La posmodernidad se presenta como una fuga –y una crítica– de los modelos que optaban por la determinación, la totalidad, lo canónico y lo estereotipado: en suma, por la modernidad. En nuestra era, caracterizada como posmoderna, es evidente la ruptura de esquemas en relación con expresiones modernas en todos los ámbitos culturales, incluido el de la creación literaria.
Las nuevas formas de narrar aparecen como un medio de liberación de la represión intelectual que ejercen sobre la escritura los modelos canónicos. Las nuevas propuestas ya no plantean una totalidad o una universalidad en la escritura, debido a que, como lo menciona Jean-François Lyotard, “existe una crisis cultural como consecuencia de la pérdida de la fe en las metanarrativas, en especial la del progreso positivista”.[1]
Es aquí donde sitúo La jornada de la mona y el paciente, libro en el que Mario Bellatin, más que interesarse en la propuesta de una historia lineal o determinada, la fragmenta, y centra su atención en la propia escritura, la hace y al mismo tiempo la deshace, la pone en jaque, juega con ella y la re-propone en formas nuevas, y al mismo tiempo, en las mismas. De esta manera, considero que la propuesta general de la obra es la (im)posibilidad de la escritura, sus diferentes formas y los medios como (y en que) puede, o no, ser producida. Esta (im)posibilidad conduce al cuestionamiento sobre la escritura, en términos de la relación con el mundo, con la referencia o el referente y la verdad, lo que, a su vez, conduce al simulacro. Así, este análisis partirá de la idea de que en la novela de Bellatin lo que prevalece es el simulacro, en el sentido en que Jean Baudrillard se refiere a él: “la simulación no corresponde a un territorio, a una referencia, a una sustancia, sino que es la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal”.[2]

1. Simulacro
Jean Baudrillard menciona en el libro Cultura y simulacro que “la era de la simulación se abre con la liquidación de todos los referentes”;[3] de esta manera, sería casi imposible buscar un punto inicial en el cuál poder asirse con toda seguridad, pues la indeterminación –que no es otra cosa que la abolición de las relaciones– impide, en primer lugar, que éste sea localizado, y en segundo, que se tenga una certeza de qué es o dónde está “en realidad” el origen. De igual manera, “para Barthes, la escritura no emana de un centro u origen creadores, sino que, más bien, consiste en un espacio multidimensional en el que se entrecruzan y colisionan una variedad de escrituras, ninguna de ellas original”.[4]


2. Fragmentación del espacio y el tiempo
La jornada de la mona y el paciente es bastante compleja, desde su contenido hasta su estructura. En esta ocasión Bellatin “reitera –como lo dice Jorge Moch– esa manera de escribir afortunadamente escurridiza a las taxonomías”,[5] lo que resulta en un aparato complejo, una sucesión de fragmentos que no guardan una relación aparente, pero  mediante ellos se logra una serie de juegos con la voz narrativa, los tiempos y las acciones. De esta manera, dice el crítico:

La mona salta para escapar, el padre del protagonista salta en pos de ella, y ese salto al vacío dimana una burbuja que rompe no solamente la estructura tradicional de espacio tiempo […] sino el canon de la escritura narrativa, rasgo característico de las novelas bellatinianas.[6]

Como se dijo, el inicio de la obra se ve alterado drásticamente después del salto de la mona y el padre; a partir de ese momento, la historia toma otro giro; los personajes, el tiempo, la acción y la voz narrativa parecen modificarse. Ejemplo de esto es cuando se habla de la mona. Bellatin extiende la historia por tres páginas, y al llegar a la cuarta, el lector se da cuenta de que resulta imposible continuar dicha historia porque la voz narrativa cambia. De igual manera, hay una pérdida del lugar y del tiempo, se desconoce la voz del hablante y su ubicación en la historia. Un ejemplo de la pérdida de una continuidad entre la voz narrativa, el tiempo y el espacio es el siguiente:

Se me dice que para mejorar la situación debo enfrentar la vida tal como debe ser. Es decir, salir de la tabla en la que suelo situarme –el analista la acaba de bautizar como Olimpia– […] También se le dice al paciente que es hasta cierto punto normal su aversión a la calle. […] Ahora la escritura ocupa todo el tiempo. Una escritura que dudo pueda ser trasmitida.[7]


Así, es evidente que no existe la posibilidad de seguir una narración lineal, y en realidad sería absurdo buscarla, puesto que, como lo menciona Rafael Lemus: “La línea recta sería, en este caso, decepcionante. Si la obra de Bellatin marchara verticalmente, avanzando siempre en un mismo sentido, postularía una idea ya vencida: el progreso”.[8] De esta manera, la forma fragmentada en que se construye la narración desestabiliza el referente, nos tambalea y nos separa cada vez más del origen; como menciona Jean Baudrillard: “la era de la simulación se abre, pues, con la liquidación de todos los referentes”.[9]
Ahora bien, las alusiones a la escritura, también fragmentadas, se presentan de esta manera:

Estas caídas, la del padre yendo detrás de una mona furiosa, pueden ser similares a la no libertad de escritura. Lo he pensado más de una vez, a diferencia de la cura analítica –en la que el paciente pretende inscribirse-, cuando alguien se decide a escribir algo tendrá que escribir solo y únicamente sobre lo que está escribiendo. Se le ha negado el derecho al escribiente de ir construyendo una escritura abierta […] Ya encontré una clave. La llave de todo, estoy más que seguro, se encuentra en la propia escritura. […] Siento temor por la propia escritura […] Se trata de una escritura, la actual, hasta cierto punto enferma.[10]

Al final de la narración podríamos considerar que fue el salto de la mona y el padre el que disparó la mayoría de los acontecimientos, más no queda claro si en verdad esto es así. Lo que sí es obvio es que este elemento ayuda a plantear la escritura y sus (im)posibilidades.
Después de esto, es evidente que la fragmentación resulta, en definitiva, necesaria, puesto que se precisa de ella para poner sobre un hilo la historia y la escritura, sus formas y sus medios. Así, esta desestabilización de los referentes nos conduce, una vez más, al simulacro.
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3. Las historias detrás de la historia
Otro recurso de la ficción posmoderna que está presente en este artefacto bellatiniano es el favorecimiento de las pequeñas historias. Como lo menciona Antonio Sobejano-Morán: “al desplazamiento del mito también corresponden las numerosas historias narradas dentro de la obra, las cuales constituyen nuevas versiones que se alejan del relato central”.[11] Así, el libro se desarrolla bajo una técnica rizomática, es decir, las pequeñas anécdotas en que se fragmenta la obra son una especie de rizoma que mantiene siempre el principio de conexión y de heterogeneidad, el cual dice que “cualquier punto del rizoma puede ser conectado con otro cualquiera, y debe serlo. […] Un rizoma puede ser roto, quebrado en cualquier parte, y vuelve a brotar siguiendo tal o cual de sus líneas y aun otras líneas”.[12] Esto explicaría el hecho de que los fragmentos no mantengan una individualidad, sino que puedan, en determinado momento, agruparse como segmentos dispersos. De esta manera, intentar establecer algún punto de origen resulta casi imposible, en tanto que las constantes rupturas y nuevos comienzos en la historia dificultan la localización de la punta en la madeja de hilo de la narración.
La estrategia de Bellatin resulta bastante acertada si consideramos que, como dice Alberto Chimal, “Sus libros pueden leerse como fragmentos de una serie o estructura mayor, en vez de entregas aisladas o variaciones sobre elementos conocidos, y además es una estructura que no se subordina a una trama general”.[13]
Así, la fragmentación de la obra en pequeñas historias nos conduce, nuevamente, a la noción de simulacro, pues la condición rizomática hace que el texto llegue a una confusión tal que ya no es posible establecer un referente original, sino que todas las nuevas historias van desencadenándose mutuamente, van siendo el referente de la que les precede, es decir, aquella historia que surgió primero no vuelve jamás a su punto de origen, sino que continua sobre sí misma y a partir de ahí da continuidad a las siguientes. Nos encontramos entonces con un ir y venir, el referente parece moverse de un lado a otro, provocando, en cierto momento la sensación de tenerlo ausente.

5. Consideraciones finales
En conclusión, se dice que La jornada de la mona y el paciente se presenta como un artefacto en tanto que su complejidad –presente por igual en su contenido y en su estructura– la hace parecer un aparato superestructurado, un instrumento que el lector se ve en la necesidad de armar en el intento de extraer un sentido general de la historia. La suma de los múltiples fragmentos que conforman la historia consigue producir un efecto desestabilizador, algo así como los explosivos, pues la fragmentación y toda la composición de la obra no permiten una certeza, ni una sensación tranquilizante, sino más bien lo contario: una rara perturbación.
Sin duda, esta obra se estructura como un juguete sin armar para poder mostrarse como una liberación de la represión intelectual, como la oposición contra lo lineal y lo canónico de la era moderna. La fragmentación, el elemento desestabilizador, es una posibilidad para lo (im)posible, puesto que no hay mejor manera de poner en jaque la escritura más que escribiendo sobre ella misma, construyéndola y reconstruyéndola. Así, se crea una incertidumbre sobre una realidad que parece tangible, el más asible de los instrumentos es del que se duda, como dice Bellatin al final de la obra, después de todo esto “¿se podrá comenzar a escribir?”

Bibliografía
Baudrillard, Jean. Cultura y simulacro, traducción de Pedro Rovira, Barcelona, Kairós, 1978.
Bellatin, Mario. La jornada de la mona y el paciente, Oaxaca de Juárez, México, Almadía, 2006.
Chimal, Alberto en Las historias, blog de autor, consultado a través de http://www.lashistorias.com.mx/index.php/archivo/una-teoria-en-marcha/, septiembre de 2011.
Deleuze, Gilles y Félix Guatari, Rizoma (introducción), México DF, Minuit, 2ª edición, 1981.
Lemus, Rafael. “La escritura doblemente radical”, en Letras libres, abril de 2007.
Moch, Jorge. El salto al vacío o la vida escribiendo, publicado en La Jornada semanal, Domingo 12 de agosto de 2007 Num: 649, consultado a través de http://www.jornada.unam.mx/2007/08/12/sem-leer.html?#directora, septiembre de 2011.
Sobejano-Morán, Antonio. Metaficción española en la posmodernidad, Barcelona, Gyersa, 2003.


[1] Jean-François Lyotard, parafraseado por Antonio Sobejano-Morán en Metaficción española en la posmodernidad, Gyersa, Barcelona, 2003, p. 2.
[2] Jean Baudrillard, Cultura y simulacro, traducción de Pedro Rovira, Kairós, Barcelona, 1978, p. 5
[3] Ibid, p. 7.
[4] Roland Barthes, parafraseado por Antonio Sobejano-Morán en op, cit., p. 8
[5] Jorge Moch, El salto al vacío o la vida escribiendo, publicado en La Jornada semanal, Domingo 12 de agosto de 2007 Num: 649, consultado a través de http://www.jornada.unam.mx/2007/08/12/sem-leer.html?#directora, septiembre de 2011
[6] Idem
[7] Mario Bellatin, La jornada de la mona y el paciente, Almadía, Oaxaca de Juárez, México, 2006, p. 29
[8] Rafael Lemus, “La escritura doblemente radical”, en Letras libres, abril de 2007, pág. 109.
[9] Jean Baudrillard, op, cit., p. 7
[10] Mario Bellatin, op, cit., p. 15
[11] Antonio Sobejano-Morán en op, cit., p. 125
[12] Gilles Deleuze y Félix Guatari, Rizoma (introducción), Minuit, 2ª edición, México, DF, p. 12 y 17.
[13] Alberto Chimal, en Las historias, blog de autor, consultado a través de http://www.lashistorias.com.mx/index.php/archivo/una-teoria-en-marcha/, septiembre de 2011

 

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