Considerado un real visionario, el genio de la compañía de dispositivos y tecnología que marca un hito en el mundo tardomoderno, Apple, Steve Jobs, falleció este jueves luego de que su salud sufriera un acelerado proceso de deterioro por causa de un cáncer de páncreas. Las imágenes de miles, millones, de personas por todo el mundo afectados y compadeciendo la muerte del inventor, no se hicieron esperar: ofrendas imaginativas con las que se honraba por un último segundo a Jobs y ríos de personas congregadas en los santuarios del mundo tardocapitalista, los malls o las tiendas departamentales, específicamente las sucursales de Apple, comprueban que la religiosidad está más presente que nunca, que Dios no ha muerto sino que Nietzsche ha sido derrotado, y que no hubo en el siglo XX mejor escritor o vate, en el sentido del presagio, que el estadounidense Philip K Dick, quien imaginó un mundo en el que por mediaciones tecnológicas el hombre sería capaz de sentir los restos de empatía tras el garboso proceso de mecanización y dilusión afectiva al que durante siglos se ha sometido a la especie humana.
Dios es Jobs. Y Jobs no ha muerto, simplemente ha cambiado de estado. Los hombres de ideas ingeniosas han recuperado el lugar más próximo de las divinidades y al trascender son capaces no solo de perdurar (de un modo engañoso pero fatalmente real) sino de ir más allá de esta carne. La muerte de Jobs nos duele pero de Steve poco o nada sabemos más que era un chingón, un superdotado. Una celebridad, principalmente. Una cosa era ser un inventor y vivir en la oscuridad y otra ser una especie de infrasol cuya luz se irradia hacia adentro (la metáfora de su inseparable camisa negra es más atinada que nunca) para reverberar en la lejanía (en nosotros) gracias al poder de un aparato: una Mac, un Ipod, un Iphone, un Ipad...
Dios es Jobs. Y Jobs no ha muerto, simplemente ha cambiado de estado. Los hombres de ideas ingeniosas han recuperado el lugar más próximo de las divinidades y al trascender son capaces no solo de perdurar (de un modo engañoso pero fatalmente real) sino de ir más allá de esta carne. La muerte de Jobs nos duele pero de Steve poco o nada sabemos más que era un chingón, un superdotado. Una celebridad, principalmente. Una cosa era ser un inventor y vivir en la oscuridad y otra ser una especie de infrasol cuya luz se irradia hacia adentro (la metáfora de su inseparable camisa negra es más atinada que nunca) para reverberar en la lejanía (en nosotros) gracias al poder de un aparato: una Mac, un Ipod, un Iphone, un Ipad...
Sin perder el tono de religiosidad que cubre este momento, este aliento, me parece importante recordar el momento en que Jobs se dirigió a una audiencia de estudiantes recién graduados y les dijo: "la muerte es el mejor invento de la vida" porque ella nos permite dejar de lado el miedo y seguir al corazón para tomar las grandes decisiones de nuestra vida ya que solo ante ella se desvanecen los temores y se esclarece lo realmente importante.
En esa charla Steve Jobs reveló que al momento de diagnosticarle cáncer de páncreas, el médico le dijo que debía irse a casa y dejar todo listo porque no le quedaban más de seis meses de vida. Sin embargo, tras la biopsia se descubrió que era un tipo de cáncer que podía ser operado, lo cual le permitió seguir vivo por algún tiempo más.
Al mando de Apple, Jobs, revolucionó las industrias en donde su empresa lanzó productos: la de la música con su iPod y su tienda de canciones en MP3, la de la telefonía celular con su iPhone, la del cómputo con la primera PC con mouse y hasta la del cine al fundar Pixar, recuperando aquello que permaneció durante años como una división olvidada por George Lucas, para transformarla en la empresa de animación más grande del mundo.
Pese a que las causas de su muerte no se han hecho públicas, fue el hecho de que su salud empeorara el motivo para que el 24 de agosto pasado renunicara a su puesto como presidente y director ejecutivo de Apple, que fundara en 1976 junto con su amigo de la infancia Stephen Wozniak, quienes trabajaban desde el estacionamiento de una casa en California. Pero fue hasta 1980 cuando presentó la computadora personal que revolucionó no sólo la forma de trabajar sino de entretenerse. Ahí trabajó hasta que fue despedido de su propia empresa en 1985 por la junta de directores al considerar que tenía ideas muy arriesgadas. Esa decisión llevó a la compañía al fracaso y casi a la quiebra.
En ese periodo, Jobs fundó NeXT, empresa que buscaba cambiar la manera en que los usuarios interactuaban con las computadoras y, para ello, ideó un sistema operativo intuitivo y gráficamente amigable. También compró a George Lucas la división de animación por computadora de Lucas Films, a la cual nombró Pixar. Finalmente, regresó a Apple en 1997 para resucitarla, cuando ésta compró a NeXT. Se llevó a todo su equipo de creativos y desarrolladores para lanzar en 2001 el sistema Mac OS X. A partir de ahí, la historia de las tecnologías daría un vuelco de 360°, un golpe del que aún no nos hemos repuesto o un sueño del que todavía no podemos despertar.
A la fecha se han vendido 300 millones de iPods, 250 millones de iPhones y 16 mil millones de canciones de su tienda de música. La dimensión de posibilidad abre una pregunta: sin Jobs Apple seguirá marcando la pauta. No importa. Lo que importa es que se sabe que los límites parecen no existir, que la innovación ha llegado a extremos tales que lo novedoso siempre es seductor y tardío, lo mismo que nuestros deseos se funden con el instante de la compra. El proceso de adquisión de herramientas que nos acercan el mundo, la realidad, los afectos y los otros es tan alucinante como imparable. Y la necesidad de la ilusión es, más que nunca, un ritual que ha conseguido su mediación más nítida a pesar de ser una barrera: la pantalla. La relación con los otros se convierte en un mito que se reactualiza y se reactiva con la meditación-mediativa-adictiva-narcótica de los dispositivos. El hombre es una idea lejana y su posibilidad de concreción existe y acude con la Imagen, se refuerza con ella, se resemantiza y rizomatiza.
Pensar que la muerte es un invento es síntoma de narcisismo. Pero cuando el endiosamiento del hombre es una institución, una prática relacional inobjetable (think different please!), nos pone a la vanguardia de la entropía mesiánica y apocalíptica: el regreso de Dios, un Pan remezclado que intensifica por fibria de vidrio nuestras sensaciones. El regalo es infinito y hay que agredecerlo: se nos ofrece la posiblidad de entrar en comunión con algo que nos excede y que ha sido creado por los humanos: la tecnología, pues es esta la que permite la dimensión digital del ser.
No seamos fatalistas ni catastróficos. Pronto nos daremos cuenta de que este también es un sueño, como todos los que nos creamos para poder seguir viviendo y tener una razón de ser.
Ahora bien, se me ocurre otra lectura posible sobre esta frase: si la muerte es el mejor invento de la vida eso quiere decir que lo realmente importante es la tensión tanática de la cultura erótica, ésta, la nuestra, la cultura moderna, entre el juego y la seducción, entre el amor y la muerte. Entonces, resulta lo contrario: ya no es narcisismo sino elocuencia, claridad, y renuncia. El antídoto contra el narcisismo es la vejez, el deterioro, que desemboca en la muerte: la ironía. Pero también ahí somos poderosos o bueno semi-poderosos: en la ironía, en la dimensión profunda de las formulaciones, de las formas.
La trampa a la trampa: esa es la ironía. Contrariamente a lo que se piense de modo inmediato, la Analogía es una visión de mundo parecida a la virtualidad que emana de lo digital. El aparente engaño es descubrir en el espacio digital las posibilidades de lo análogo; es decir, de lo múltiple, de lo expansible, de lo cuántico. Poesía de la convergencia: la pantalla blanca (muy bien lo sabía otro vate grande capaz de adelantarse al futuro: Octavio Paz) como punto de realización del ser, de su reactualización y de su reconexión con la órbita de los afectos, y que como órbitas siempre son ajenas y a distancia. Pero si la analogía no se interfiere solo habitamos en el engaño, es preciso, entonces, interrumpirla irónicamente.
No somos dioses pero quienes si lo son les robamos el fuego o la electricidad. Prometeo siempre fue un semi Dios y por eso nos fascina, porque nos muestra una faceta de la ficción como triunfo y castigo. No representa ni el total optimismo pero tampoco la derrota y sumisión total. Su símbolo es parecido al de la dialéctica de la Ilustración que ubicaron Horkheimer y Adorno en Ulises (otro Prometeo encadenado) sobre las aguas en el navío que lo conducía cerca de las sirenas. El canto de los Ipods resemantiza y reactualiza este símbolo dialéctico: emancipación enajenante o enajenación ilusionada. El fuego es la electricidad que se carboniza con el paso del tiempo, el cual, por más que reposemos en una especie de presente infinito, no deja de pasar. Los dispositivos nos sacarán del tiempo mientras exista la luz. Y cuando esta termine el hombre tendrá que recuperar la Imaginación pues Dios habrá vuelto a morir:
... entonces habrá que re inventarlo.
Eso es lo mejor que sabemos hacer.En esa charla Steve Jobs reveló que al momento de diagnosticarle cáncer de páncreas, el médico le dijo que debía irse a casa y dejar todo listo porque no le quedaban más de seis meses de vida. Sin embargo, tras la biopsia se descubrió que era un tipo de cáncer que podía ser operado, lo cual le permitió seguir vivo por algún tiempo más.
Al mando de Apple, Jobs, revolucionó las industrias en donde su empresa lanzó productos: la de la música con su iPod y su tienda de canciones en MP3, la de la telefonía celular con su iPhone, la del cómputo con la primera PC con mouse y hasta la del cine al fundar Pixar, recuperando aquello que permaneció durante años como una división olvidada por George Lucas, para transformarla en la empresa de animación más grande del mundo.
Pese a que las causas de su muerte no se han hecho públicas, fue el hecho de que su salud empeorara el motivo para que el 24 de agosto pasado renunicara a su puesto como presidente y director ejecutivo de Apple, que fundara en 1976 junto con su amigo de la infancia Stephen Wozniak, quienes trabajaban desde el estacionamiento de una casa en California. Pero fue hasta 1980 cuando presentó la computadora personal que revolucionó no sólo la forma de trabajar sino de entretenerse. Ahí trabajó hasta que fue despedido de su propia empresa en 1985 por la junta de directores al considerar que tenía ideas muy arriesgadas. Esa decisión llevó a la compañía al fracaso y casi a la quiebra.
En ese periodo, Jobs fundó NeXT, empresa que buscaba cambiar la manera en que los usuarios interactuaban con las computadoras y, para ello, ideó un sistema operativo intuitivo y gráficamente amigable. También compró a George Lucas la división de animación por computadora de Lucas Films, a la cual nombró Pixar. Finalmente, regresó a Apple en 1997 para resucitarla, cuando ésta compró a NeXT. Se llevó a todo su equipo de creativos y desarrolladores para lanzar en 2001 el sistema Mac OS X. A partir de ahí, la historia de las tecnologías daría un vuelco de 360°, un golpe del que aún no nos hemos repuesto o un sueño del que todavía no podemos despertar.
A la fecha se han vendido 300 millones de iPods, 250 millones de iPhones y 16 mil millones de canciones de su tienda de música. La dimensión de posibilidad abre una pregunta: sin Jobs Apple seguirá marcando la pauta. No importa. Lo que importa es que se sabe que los límites parecen no existir, que la innovación ha llegado a extremos tales que lo novedoso siempre es seductor y tardío, lo mismo que nuestros deseos se funden con el instante de la compra. El proceso de adquisión de herramientas que nos acercan el mundo, la realidad, los afectos y los otros es tan alucinante como imparable. Y la necesidad de la ilusión es, más que nunca, un ritual que ha conseguido su mediación más nítida a pesar de ser una barrera: la pantalla. La relación con los otros se convierte en un mito que se reactualiza y se reactiva con la meditación-mediativa-adictiva-narcótica de los dispositivos. El hombre es una idea lejana y su posibilidad de concreción existe y acude con la Imagen, se refuerza con ella, se resemantiza y rizomatiza.
Pensar que la muerte es un invento es síntoma de narcisismo. Pero cuando el endiosamiento del hombre es una institución, una prática relacional inobjetable (think different please!), nos pone a la vanguardia de la entropía mesiánica y apocalíptica: el regreso de Dios, un Pan remezclado que intensifica por fibria de vidrio nuestras sensaciones. El regalo es infinito y hay que agredecerlo: se nos ofrece la posiblidad de entrar en comunión con algo que nos excede y que ha sido creado por los humanos: la tecnología, pues es esta la que permite la dimensión digital del ser.
No seamos fatalistas ni catastróficos. Pronto nos daremos cuenta de que este también es un sueño, como todos los que nos creamos para poder seguir viviendo y tener una razón de ser.
Ahora bien, se me ocurre otra lectura posible sobre esta frase: si la muerte es el mejor invento de la vida eso quiere decir que lo realmente importante es la tensión tanática de la cultura erótica, ésta, la nuestra, la cultura moderna, entre el juego y la seducción, entre el amor y la muerte. Entonces, resulta lo contrario: ya no es narcisismo sino elocuencia, claridad, y renuncia. El antídoto contra el narcisismo es la vejez, el deterioro, que desemboca en la muerte: la ironía. Pero también ahí somos poderosos o bueno semi-poderosos: en la ironía, en la dimensión profunda de las formulaciones, de las formas.
La trampa a la trampa: esa es la ironía. Contrariamente a lo que se piense de modo inmediato, la Analogía es una visión de mundo parecida a la virtualidad que emana de lo digital. El aparente engaño es descubrir en el espacio digital las posibilidades de lo análogo; es decir, de lo múltiple, de lo expansible, de lo cuántico. Poesía de la convergencia: la pantalla blanca (muy bien lo sabía otro vate grande capaz de adelantarse al futuro: Octavio Paz) como punto de realización del ser, de su reactualización y de su reconexión con la órbita de los afectos, y que como órbitas siempre son ajenas y a distancia. Pero si la analogía no se interfiere solo habitamos en el engaño, es preciso, entonces, interrumpirla irónicamente.
No somos dioses pero quienes si lo son les robamos el fuego o la electricidad. Prometeo siempre fue un semi Dios y por eso nos fascina, porque nos muestra una faceta de la ficción como triunfo y castigo. No representa ni el total optimismo pero tampoco la derrota y sumisión total. Su símbolo es parecido al de la dialéctica de la Ilustración que ubicaron Horkheimer y Adorno en Ulises (otro Prometeo encadenado) sobre las aguas en el navío que lo conducía cerca de las sirenas. El canto de los Ipods resemantiza y reactualiza este símbolo dialéctico: emancipación enajenante o enajenación ilusionada. El fuego es la electricidad que se carboniza con el paso del tiempo, el cual, por más que reposemos en una especie de presente infinito, no deja de pasar. Los dispositivos nos sacarán del tiempo mientras exista la luz. Y cuando esta termine el hombre tendrá que recuperar la Imaginación pues Dios habrá vuelto a morir:
... entonces habrá que re inventarlo.
Santiago Valencia
@freilax
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