martes, 6 de marzo de 2012

Identidad y empatía en la época de la imagen: de Kundera a Facebook

Identidad y empatía en la época de la imagen: de Kundera a Facebook 
Carla de Pedro 
Telecápita 2011
“No, no es empatía, es bluetooth.” 
Edgar Gamboa 

En el libro de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? lo único que distingue a los seres humanos de los androides es el sentimiento de empatía; empatía generada por una máquina creada por un tal Mercer que, en el libro, es algo así como un Dios. 
     Empatía significa entender los sentimientos del otro, sentirte mal por el dolor ajeno, experimentar alegría porque el otro es feliz. Me pregunto si la empatía es un sentimiento realmente humano. El hombre, como fin en sí mismo, en un mundo de pocas oportunidades, de recursos limitados y mal distribuidos, ¿siente realmente empatía? 
     En el libro de Milan Kundera La inmortalidad encontramos a Agnes, una mujer que se siente desde hace tiempo exiliada de la humanidad, es decir, no se siente parte de una misma masa uniforme que camina hacia el progreso toda junta generando una historia, no se siente feliz por sus logros compartidos ni va unida a ellos en una carrera hacia el futuro, le da igual si ganan o pierden, si se conducen todos juntos a la autoconstrucción o al precipicio. 
     Pero Agnes siente empatía hacia los limosneros, no por su amor a la humanidad, como hemos visto, sino porque para ella los limosneros no forman parte de la humanidad, han sido, como ella, exiliados. Esto es empatía: identificación con el otro. 
     Me pregunto, ahora, por la empatía opuesta a la de Agnes. Por aquél que se siente identificado con la humanidad, aquél que celebra sus triunfos y llora sus fracasos. 
     Seguramente si un científico encontrara la cura contra el SIDA mucha gente se sentiría feliz al respecto. Sin embargo, creo que la alegría de los mexicanos sería mucho mayor si el equipo mexicano de fútbol ganara el mundial. ¿Por qué esta alegría es mayor? ¿Será porque poca gente tiene un pariente o amigo enfermo de SIDA y son muchos los que practican fútbol? Podría ser, aunque me parece que la razón está en otra parte: el fútbol es un mayor espectáculo. Que sea un espectáculo no significa que carezca de empatía, la gente que grita de alegría frente al ángel está unida en una emoción tal que puede emocionar incluso a aquél a quien no le gusta el fútbol. ¿Significa entonces que el ser humano es más empático hoy en día con el showbussines que con la humanidad en sí? 
     Claro que “la humanidad” no existe como tal, sino como lo que se nos muestra de la misma. Yo no puedo sentirme mal por un niño herido en la guerra por que no veo al niño; en el momento que un fotógrafo toma la foto del niño y ésta sale en la primera página del periódico es entonces cuando surge la empatía. 
     Actualmente, la imagen determina la ideología, o como diría Kundera domina la imagenología. 
Los imagólogos crean sistemas de ideales y anti-ideales, sistemas que tienen corta duración y cada uno de los cuales es rápidamente reemplazado por otro sistema, pero que influyen en nuestro comportamiento, nuestras opiniones políticas y preferencias estéticas, en el color de las alfombras y los libros que elegimos, tan poderosamente como en otros tiempos eran capaces de dominarnos los sistemas de los ideólogos.[1] 
     En el momento en que el terremoto de Haití se volvió un espectáculo, entonces la gente era capaz de llorar en las reuniones por los haitianos. Hoy en día la realidad ya no la delimita el entorno, sino la imagen que los medios nos venden. 
     También, en La Inmortalidad, Kundera contrasta dos maneras en las que la realidad se maneja. Habla de una mujer de principios del s. XX que tiene control sobre la realidad que la rodea: sabe todo lo que pasa en su pueblo, sabe cuánta gente muere y nace. En contraste, habla de un francés que vive en una calle determinada de Paris y que no conoce a sus vecinos ni tiene idea de lo que sucede en su vecindario. De regreso del trabajo escucha en la radio que París ha sido denominada la ciudad más segura del mundo, compra una botella de champagne y celebra por esto. Él no sabrá jamás que esa noche se han cometido tres crímenes en su propia calle: su realidad es determinada por los medios. 
     Si el SIDA se convirtiera de pronto en México en un espectáculo, como lo fue la influenza por seis meses, cuando el científico descubriera la cura, los mexicanos se sentirían tan felices como si hubieran ganado la copa del mundial, a pesar de no tener un pariente con SIDA. Así como todos se preocupaban por la influenza y nadie vio nunca un caso, más que el del amigo del amigo de un amigo que dice que su primo sí la tuvo. 
     Esto no significa poner en duda la existencia de la enfermedad, que el SIDA existe es un hecho y seguramente la influenza también (no como pandemia, claro), sino que la realidad que los medios manejan no es nunca la realidad del propio entorno. 
     Tal vez París sí sea la ciudad más segura del mundo comparándola con Nueva York, Río de Janeiro, Bangkok, etcétera, pero eso no determina que el francés del ejemplo no esté expuesto en su propia calle a ser asesinado. 
     George Bernard Shaw dijo que “La estadística es una ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno”. La realidad, pues, está cada día menos determinada por el entorno; así también, la empatía esta más determinada por la realidad que los medios nos venden. 
     Se pregunta Kundera en su libro La Lentitud si los niños de África que estaban muriendo de hambre apenas hace un año ya se habrían muerto o ya estarían bien nutridos o si sencillamente nunca existieron. 
     Realmente después de terminado el espectáculo a nadie le importa. Como dice Baudrillard: 
Acudimos a ellos (a los países que sufren) que encuentran en la desilusión radical de lo real una especie de valor supletorio, el de sobrevivir a lo que no tiene sentido, para convencerles de la “realidad” de su sufrimiento, culturalizándolo evidentemente, teatralizándolo para que pueda servir de referencia en el teatro de los valores occidentales, de los que la solidaridad forma parte.[2] 
     Después de terminada la función teatral, el pseudo-valor desaparece. De esta forma podemos preguntarnos ahora si Haití ya ha sido reconstruido, si ya se murieron todos, si ya están todos muy contentos, si ahora Haití es una colonia gringa… No sabemos nada: Haití ha dejado de ser parte de la realidad mediática. Haití fue sustituido por Cabañas, ¡Por Cabañas! ¡Un solo hombre ocupó el espacio mediático que había estado dedicado a todo un pueblo! La gente dejó de llorar por los haitianos y se paró frente al hospital a llorar por un futbolista. 
     ¿Qué significa esta empatía por una imagen, por una situación completamente ajena, por un icono, por un dios llamado Mercer, o Juan Pablo II canonizado, o la boda del príncipe William? (Recordemos que la última huelga de hambre ocurrida en México fue por parte de una mujer sumamente empática con el sentimiento amoroso del heredero de la Corona inglesa y su novia.) 
     ¿Acaso el hombre siempre ha necesitado ídolos para determinar su propia identidad? ¿Siempre ha necesitado gritarle al mundo su yo? Decir: ¡Yo leo a Lutero! o ¡Yo quemo sus libros! Pero decir “Estoy dispuesto a dar la vida por Lutero”, significa “Estoy dispuesto a morir por mis ideas, por que las ideas de Lutero son las mías, por que estoy en contra del dominio de la iglesia católica.” Este argumento delimitaba toda una visión del mundo. 
     La empatía con el movimiento de López Obrador o la canonización de Juan Pablo II determinan aún una visión del mundo. Pero el seguimiento de la boda real ¿Qué significa? ¿Acaso la mujer que estaba dispuesta a dejarse morir de hambre si no la llevaban a la boda de William y Kate defendía con esto toda una visión del mundo? Y si es así, ¿cuál es esta visión del mundo y por qué la mujer estaba literalmente dispuesta a morir por ella? 
     En La Inmortalidad, Agnes se topa en el sauna con una mujer desconocida, quien a gritos define, ante todas las miradas ajenas, su personalidad en cinco puntos: le gusta el calor en la sauna, adora el orgullo, no soporta la modestia, ama la ducha fría, odia la ducha caliente. 
     ¿Qué significa vivir en un mundo en que los individuos están dispuestos a ir a la lucha por el amor a la ducha fría o por asistir a la boda real? 
     ¿Qué significa vivir en un mundo en que la personalidad está delimitada por cinco trazos superficiales? ¿Acaso la personalidad del individuo se esconde tras líneas cada vez mas delgadas? ¿O acaso detrás de esas líneas no hay nada? 
     Existen un tipo de personas a los que Kundera, en su libro La Lentitud, denomina bailarines. Los bailarines son aquellos que necesitan el aplauso de la gente. Sus actos no tienen fondo, están determinados por la mirada ajena. 
     Se pregunta un personaje de La inmortalidad ¿Si das a elegir a un grupo de hombres entre acostarse con una actriz famosa en secreto o pasear con ella por la calle sin acostarse con ella, que elegirían? Pasear con ella. Sí, a la mayoría de la gente le importan más las miradas que la propia intimidad. 
     ¿Es esta la razón por la cual los trazos de la individualidad son cada día más superficiales, porque no importa el contenido sino la forma? 
     Podemos rebelarnos contra nuestra condición de bailarines, dice Kundera, ¿Pero podemos realmente huir de ella?    
     Vivimos en una época en que cada día tenemos más miradas, ya no sólo tenemos a nuestro pequeño público observándonos, sino que tenemos 500 pares de ojos mirando cada uno de nuestros actos: Bienvenido a la era de las redes sociales. 
     Por este medio puedes dar el show de tu vida, recibir muchos aplausos y manitas con el pulgar en alto indicándote lo bien que haces las cosas. Además, definirás tu individualidad en trazos ya creados que te unirán a miles de personas que, como tú, aman la ducha fría. Así tú y todos los que odian la ducha caliente podrán gritarle, no sólo a cinco mujeres en un sauna sino a millones de conocidos y, sobre todo, desconocidos, su yo. 
     Vivimos en un mundo de ideas preconcebidas que nos unen como a una masa viscosa, el mundo ideal del Kitsch, diría Milan Kundera: 
La palabra kitsch designa la actitud de quien desea complacer a cualquier precio y a la mayor cantidad de gente posible. Para complacer hay que confirmar los que todos quieren oír, estar al servicio de las ideas preconcebidas. El kitsch es la traducción de la necedad de las ideas preconcebidas al lenguaje de la belleza y de la emoción. Nos arrancamos lágrimas de enternecimiento por nosotros mismos, por las trivialidades que pensamos o sentimos. […] Dada la imperativa necesidad de complacer y de atraer así la atención del mayor número, la estética de los medios de comunicación es inevitablemente la del kitsch [...] el kitsch se convierte en nuestra estética y nuestra moral cotidianas (…en este mundo…) ser moderno significa un esfuerzo desenfrenado por estar al día, estar conforme, estar más conforme aún que los más conformes. La modernidad se ha vestido con el ropaje del kitsch.[3] 
     Vivimos, así también, en un mundo en que nos han creado la ilusión de que tenemos 500 amigos: los de la escuela, los del trabajo, los primos, los que conocí en la fiesta de ayer, los que estudiaron conmigo en la prepa, y en la secundaria, y en el kinder, los del grupo de italiano, los que escuchan mi programa de radio por Internet, los que se creen poetas, los que se creen intelectuales, los que se creen totalmente palacio, los que conocí en el chat de fans de mi programa favorito. ¿Quiénes son en realidad todas estas personas? ¿Son alguien o no son nadie? 
Si colocas dos fotografías de dos rostros distintos, salta a la vista todo lo que diferencia a uno de otro. Pero cuando tiene juntos 223 rostros de pronto comprendes que todo no es más que un rostro en muchas variantes y que jamás existió individuo alguno. [4] 
    ¿Y para qué necesitamos las miradas de todos estos desconocidos? ¿Quiénes de ellos son realmente amigos y quienes son sólo público y nosotros lo mismo para ellos? En Facebook existe el velo de la palabra “amistad” que te hace fingir que esas 500 fotografías son tus amigos, pero Twitter tiene el descaro, o la honestidad, de presentarte esos 500 rostros como seguidores, como la masa que te alaba, te aplaude, te escucha y, ¡Oh poderoso Mercer!, siente empatía por ti. 
     En el libro ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? los sentimientos están determinados por la máquina de Mercer; si te sientes mal te conectas cinco minutos y si algún otro humano que está conectado a la máquina siente dolor, tú sientes su dolor, y piensas que tu dolor es menos malo; si algún otro humano siente alegría tú sientes su alegría y recuerdas lo bella que es y que en algún momento tú la has sentido. 
     En nuestro mundo puedes olvidar tus problemas entrando a las redes sociales y enterándote de la vida de tus 500 amigos, más que de su vida del show de su vida y de la imagen que son. ¡Bienvenido al show de José, de Pedro, de Ana, de María! Estelarizado por él mismo, guión propio, créditos al grupito de amigos cercanos que le tomó las fotos, y especial agradecimiento a la novia, que le dio el toque trágico rompiendo públicamente con él y dándole el dibujito de un corazoncito roto. Éste es José. Y el día que lo veas caminando por la calle no lo reconocerás porque se habrá dejado la vida tras una pantalla. 
    En el libro de Philip K. Dick los hombres se conectaban para compartir sentimientos, pero ¿son sentimientos lo que nosotros compartimos hoy en día? 
Es parte de la definición de sentimiento el que nazca en nosotros sin la intervención de nuestra voluntad, frecuentemente contra nuestra voluntad. En cuanto queremos sentir (decidimos sentir (…)) el sentimiento ya no es sentimiento, sino una imitación del sentimiento, su exhibición.[5] 
     Se pregunta Baudrillard ¿Qué pasará en el momento en que las máquinas entiendan nuestro pensamiento para elegir la música que queremos escuchar? ¿Limitaremos acaso el pensamiento a lo que queremos que la máquina entienda? ¿No estamos ya limitando nuestro pensamiento a lo que queremos que sea nuestra imagen? 
     ¿De que se trata este nuevo mundo virtual en el que cada una de nuestras pequeñas acciones adquiere suma importancia? Emile Cioran habla de la psicología moderna como el snobismo de los complejos para engrandecer nuestras naderías y deslumbrarnos por ellas. ¿Qué somos ahora tras esa pantalla sino un engrandecimiento absurdo, un triste complejo, una imagen plana que intenta ser volumen? ¿Qué somos allá adentro sino el reflejo de una sombra que no existe? Nuestra imagen virtual no es menos triste que la de la mujer en el sauna: intentamos limitar nuestra personalidad a 5 rasgos irrelevantes. 
     Y aquellos ídolos de Twitter, ¿Qué son sino el reemplazo de los antiguos dioses ya demasiado caducos para seguir velando por nosotros? 
     Nuestra realidad ha pretendido agrandarse, pero con este engrandecimiento nos ha vendido la mentira; creemos saber cada vez más del mundo que nos rodea pero no sabemos lo elemental sobre nosotros mismos. La realidad se nos ha caído de las manos y lo peor es que a nadie le molesta, todos estamos conformes con las mentiras que nos rodean porque éstas nos brindan la posibilidad de fabricar nuestro propio escenario. 
     Aclaremos, esto no es una declaración de guerra a las redes sociales, sólo un recordatorio de que éstas son sólo un medio no un fin, una herramienta de nuestro mundo, no un mundo en sí mismas. 
     El problema del hombre siempre ha sido que olvida que las cosas están hechas para él y no él para las cosas. 
    No vayamos a confundirnos un día y creamos que la vida está tras la pantalla, porque la vida está en otra parte, quien sabe en dónde, pero seguro no es tras un monitor. No vayamos un día a confundirnos y a preguntar, como el personaje de la película Existenz, si esto es un juego o es la realidad. ¿Dónde quedará la comunicación si a tu alrededor, como le sucede a Irena, personaje de La ignorancia, también de Kundera, la gente sólo pega saltos y baila? No vayamos a alejarnos tanto de la realidad que creamos que 500 imágenes son nuestros amigos porque entonces ¿en que estaremos sosteniendo las relaciones humanas? 
     No, esto no es empatía, es bluetooth. 

[1] KUNDERA, Milan. La inmortalidad. Tusquets. 2009, México DF. P.143. 
[2] BAUDRILLARD, Jean. El crimen perfecto. Anagrama. Barcelona. P.181. 
[3] KUNDERA, Milan. El arte de la novela. Tusquets. .2009. México DF. P.192-193
[4] KUNDERA, Milan. La inmortalidad. Tusquets. 2009. México DF. 
[5] KUNDERA, Milan. La inmortalidad. Tusquets. 2009. México DF. P. 235

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